Perón, Menem, Duhalde, Kirchner y el ruso Dostoievski.


El doble y sus copias
Novela de Martín Mazora.
Ediciones Simurg

Luces y miserias de una (in)cultura política.

Una sátira contra el peronismo.

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Censo y perfil de los personajes:

Don Diego Battista. Ah, caro! Cuando te llevan al cementerio y te bajan al agujero, no hay forma de escapar, tenés que estarte quietito, quietito, así –se pone derecho y rígido, pegando los brazos al cuerpo–. Una vez que estás ahí adentro, no podés moverte, ni siquiera podés llorar. Después, para colmo, todos te tiran tierra encima, hasta los amigos. Los parientes, bué… pero los amigos, los amigos también te cascotean. Y vos no podés ni siquiera rezar un avemaría.
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Una vez que el médico te pone las manos encima, cagaste, indefectiblemente. Si no estás enfermo, te enferma por decreto. Tiene que justificar el sueldo de algún modo... imaginate, a fin de mes, la guita le llega en carretilla. A él le llegan los patacones contantes y sonantes, y a mí, esta pastillita azzurra. Y todos los días me la tengo que meter en el ojete... todos los santos días. Vos te reís, pero es así, va por el ojete. Prescripción del matasanos.
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Analizá un poco la historia italiana de posguerra: cincuenta años de democracia cristiana, ¡cristiana!, políticos que, increíblemente, renegaron de la pobreza. ¿Y qué lograron con su soberbia?, que la gente los rajara a las patadas. Nosotros, en cambio, hemos sido fieles a las raíces del cristianismo… siempre estaremos del lado de los pobres, pero jamás en contra de la pobreza. ¡Jamás, eso nunca! Bienaventurados los pobres, Carlu, de ellos será el Reino de los cielos. Bienaventurados los humildes, porque ellos saben soñar.
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Lo que pasa es que el General no leía ruso. Él leyó la versión de Cansinos Asséns que traduce potaskún como descamisado. Le gustó la palabra y la adoptó. A él no le importaba tanto la precisión terminológica, cuanto captar el espíritu... Para él, la obra de Dostoievski era una especie de volcán espiritual, una fuente de energía, y de ella se valió para crear su propia doctrina y su propio lenguaje.
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El hombre extraordinario, mi General... a mi juicio... si usted me lo permite... no es, estrictamente, un personaje de Dostoievski, es Dostoievski mismo mirándose en el espejo de su obra. Los hombres ungidos por el dedo de Dios, llámense Alejandro, Julio César, Napoleón o Dostoievski, son, precisamente, los que juegan, los que mueven las piezas en el tablero del mundo.
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Yo pongo en un plato de la balanza mis chanchullos, que no son pocos... sé que no son pocos, te lo digo con franqueza. Y en el otro, pongo ciudad Evita, sólo eso, ciudad Evita, con sus árboles y su verde, con los chicos jugando en los jardines de sus casas... chalets, chalets –se corrige–, techitos de teja. Bueno, como te decía, pongo ciudad Evita en el segundo plato, y la balanza se inclina a mi favor, Carlu, yo veo que la balanza se inclina a favor de Battista. Y entonces me digo y me lo repito cien veces: El Señor estará obligado a perdonarme… a pesar de todo, estará obligado a perdonarme.


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Carlos Sepúlveda
. Como pude, le expliqué a la recepcionista mi intención de frecuentar la Biblioteca. Le comenté que soy argentino, que soy peronista y sociólogo, y que venía en busca de bibliografía para mi tesis de doctorado sobre Engels.
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Puse en marcha mi astucia ni bien lo vi acercarse. Antes, incluso, de que abriera la boca para saludar, lo recibí con el canto que a su juicio constituía el himno del nuevo peronismo: Madres de la Plaza... el pueblo las abraza... Madres de la Plaza... el pueblo las abraza. A falta de bombos y redoblantes, puse ritmo a las palabras haciendo repicar el tenedor sobre la mesa.
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Mi papel era lamentable, yo diría, triste, me sentía un imbécil, fui la radicheta de esa ensalada. El turro me hacía comer un garrón cada vez que abría la boca. Mejor hubiera sido si hubiese mantenido el hocico cerrado, y bien cerrado, pero no podía. Para sacarle información tenía que aceptar el papel de bobo.
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La cosa se me empezaba a poner difícil. Y cuando la cosa se pone difícil, nada mejor que un poco de caos. Yo, en los quilombos, me manejo muy bien, solía decir el Pocho.
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La cuestión es que debajo de la mesa nuestras piernas se rozaron, se encontraron, se cruzaron. No tuve que pensarlo demasiado, me bastó con hacer mía la habilidad de la tenaza. Fue una dulce manera de tenerla más cerca, abrazada, de compartir una pequeña aventura. Lo que más me calentó fue que la Tana no se inmutó en absoluto. Lo tomó con total naturalidad, como si bailar ese tango subterráneo fuese una vieja costumbre nuestra.
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Grazia. Pelo cortito, trigueña, boca carnosa, ojos rasgados y verdes. Se me acercó como en un sueño: Grazia, piacere... –me habló en italiano–, un placer –se corrigió, risueña... Durante el segundo semestre de 2004 cursaría las dos últimas materias de Letras... se estaba especializando en literatura latinoamericana... su proyecto de tesis era sobre Borges... Yo soy italiana, pero acá –se señaló el corazón– soy también argentina, tan argentina como el que más.
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Me contó de su primo argentino, con el que comparte la pasión por las letras, "¡Pero es peronista!", se despachó, cortante, como si se tratara de un estigma o de un sacrilegio. "Todos los años viene a Italia, él y su grupo de la Secretaría de cultura. Los mejores restaurantes, hoteles cuatro y cinco estrellas. La Provincia paga. ¡Te parece!"...
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Una vez más, Grazia se dio el lujo de hacer gala de su porteñismo y me enumeró algunos términos del lunfardo de raíz italiana: "Yirar, amurar, gambetear, gamba... ahora no me acuerdo, tendría que pensar un poco –se excusó–, ah, sí, naso, ñoqui, bacán, biaba –prosiguió enhebrando las cuentas del blasfemo rosario tano-arrabalero–. La propia palabra lunfardo es de origen italiano, del romanesco, deriva del término lombardo, que para un romano de tiempos pasados era sinónimo de ladrón." "¡Upa!", me anoticié sorprendido, mientras el mozo nos servía los dos vasos de cerveza.
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La verdad es que la Tana estaba tan linda esa tarde. Yo tenía que hacer un esfuerzo para concentrarme en el relato. Tenía puesta una minifalda blanca, deslumbrante. Cuando la vi, mi mal humor por la espera se esfumó como por arte de magia. Para colmo, me dio a probar lo que estaba tomando: gingerino con prosecco. Una delicia el trago, y una tentación los labios que la Ardilla, a propósito y a cada rato, se humedecía con la punta de la lengua. "Ya te los voy a humedecer yo", fue lo que pensé, a modo de proyecto, a modo de promesa.
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Salvatore Rop. ...un chico que también estudiaba Letras. Yo lo conocía bastante, habíamos cursamos juntos Literatura rusa y, además, venía seguido a la Biblioteca... Ya había estado internado un par de veces. Pero de la última internación, hace de esto unos dos años, no pudo salir a flote, no pudo recuperarse. Salvatore era una persona... no sé si decir inteligente, pero de una enorme sensibilidad, con unas visiones muy terribles y profundas. Demasiadas preguntas y ninguna respuesta. Él se definía a sí mismo como una duda que no busca ni acepta conclusiones, que sólo quiere bucear en su propia oscuridad.
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"¿Cómo es que el Padre, omnipotente, permitió que torturaran y mataran al Hijo?" Hiciera lo que hiciese, siempre la pregunta le daba vueltas en la cabeza, lo atormentaba... Hablaba a cuentagotas, se reía poco y nada, y si algo le causaba gracia, se sonreía casi avergonzado, como si por reír estuviese traicionando a Cristo, "escupiendo sobre su cruz y su sangre inocente". Eso es algo que él me confió... Nosotros le decíamos "el hereje Dostoievski goriziano", y él, con una sonrisa tímida y sombría, aceptaba con gusto el elogio.
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Para Salvatore, el deseo de los hermanos Karamázov de matar al padre va más allá de las explicaciones que el narrador brinda en la novela. Para él, en ese deseo se esconde la impotencia del alma cristiana de enfrentarse al Dios filicida. Todo parricidio es una forma encubierta y enferma de vengar el filicidio originario. En Smerdiakov, Salvatore veía el espíritu trastornado de la cristiandad, incluso el rostro deformado de Cristo.
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Esa enfermedad física y moral del hijo parricida sería un testimonio de la patología espiritual del alma cristiana. "Hasta tanto no se asuma la cruda verdad del filicidio –dice Salvatore en su monografía–, seguirán soñando los padres con la muerte de sus hijos, y continuarán soñando los hijos con la muerte de sus padres. En el corazón de cada hijo seguirá habiendo un Smerdiakov, y en el de cada padre, un Fiódor Karamázov."


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Juan Domingo Perón
. "Un gusto, compañero, un gustazo conocerlo", me dijo. Apenas atiné a presentarme, balbuceé mi nombre y apellido. Vos sabés lo que significó para mí, un pibe, yo tenía veinticinco años, que el General me distinguiera así, públicamente, delante de todos los muchachos, de Mercante, de Miranda, "¡Un gustazo conocerlo!".
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Hay veces que los muchachos se agarran a las piñas por una pavada, y yo tengo que hacer de Padre eterno... de Padre nuestro y eterno, no casarme con nadie y buscar el modo de recomponer la unidad. Parece mentira, compañero, pero el hombre se complica solo, le salta el Smerdiakov que tiene adentro y se arma el despelote.
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Porque, imagínese, yo perfectamente podría pedirle a la muchachada: "Compañeros, a partir de hoy quiero ver caras sonrientes, un peronista tiene la obligación patriótica de sonreír". Lo podría hacer sin ningún problema, pero para hacer germinar ese hábito es mejor predicar con el ejemplo. En cada lugar que visito, en cada sindicato, en cada escuela, voy y dejo una semilla, planto una sonrisa. Y esa sonrisa queda grabada en la foto, y luego la foto sale en todos nuestros diarios, sale multiplicada por millares, en cada ejemplar una sonrisa mía... y también están los noticieros del cine. Al final, sonreír y ser peronista se van a convertir en sinónimos.
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Vea, Battista. Usted no puede esperar que el pueblo retenga absolutamente todo lo que el conductor le va inculcando en la mollera –me dice don Diego que le dijo Perón–, de ahí que sean tan importantes los símbolos. ¿Por qué? Porque un símbolo es como la lava de un volcán, trae grabada a fuego la memoria de la tierra.
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Para inculcar las ideas en la gente –me dijo el General, me cuenta el viejo visiblemente desanimado–, hay que predicar todos los días, Battista, todas las semanas... Si es necesario hay que tomar hombre por hombre. Hay que salir a predicar... no a enseñar, sino a predicar... Predicar no es lo mismo que decir. Es algo que aprendí de Dostoievski, Battista –me confesó el Presidente–, eso lo aprendí del compañero Dostoievski... Hablar es muy fácil, cualquiera habla, lo difícil es llegar al corazón del hombre... al alma sólo se llega predicando.
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Mauro Volta. El hombre rondaba –estimo– los cuarenta y cinco... cuarenta y ocho años. Un tipo raro, más que raro me resultaba desagradable. Ya de entrada no me gustó, no sabría decir exactamente por qué. Yo diría que tenía una sonrisa falsa. Me miró y me sonrió como si nos conociéramos. "Mauro Volta", se limitó a decir y extendió la mano sin levantarse, esperando a que yo me acercara.
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Pinta, arregla cosas... a mí me hizo algunos trabajitos en la casa –dijo don Diego como al pasar, poniendo toda su atención en probar el vino–. A veces me maneja el auto, cuando tengo que hacer un viaje largo.
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Durante dos períodos fui Concejal, más adelante fui Secretario de industria y comercio... con una manguerita de un millón –agregó, haciendo resaltar el monto presupuestario de su cargo–; y, finalmente, Secretario de innovación tecnológica: incubadoras, pequeñas y medianas empresas... todo eso, ¿me captás? Ahí llegué a tener un caño de dos millones y medio –puntualizó, y soltó un "ji, ji" nervioso, mitad repugnante, mitad melancólico.
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Yo tuve unos problemitas, viste –me confesó–, pero en poco tiempo prescribe todo. Pagué, mirá que pagué caro: ya van ocho años de exilio, y todavía faltan dos. Por suerte, en veinticinco meses me libero de toda la sarna justiciera, se borran todos mis pecadillos. A mediados de 2006, quedo limpio de polvo y paja, borrón y cuenta nueva. ¡Y que los Bancos le cobren a Magoya!
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Cada tanto, me meto en un ciber y busco en los diarios las declaraciones del Presidente. Así, de a poco, voy incorporando el nuevo discurso, las nuevas consignas, asimilando los nuevos valores. Calculá: yo me fui del país en 1995 hecho un peronista dolarizado, y ahora tengo que volver transformado en un peronacho de izquierda –me miró y largó una risita picante, buscando mi complicidad–. Me quedan dos años para terminar de reconvertirme. Sin ir más lejos, el sábado me compré una campera tipo militar, con una hermosa imagen del Che estampada en la manga –y, por enésima vez, me volvió a revolver las tripas con el estruendo de una risotada a mandíbula batiente.
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Gabriel Gorgatti. Me vine porque me ofrecieron un laburo... ventas, lo mío es vender. Y, te digo, me quedaría un tiempo más, pero me convencieron y vuelvo. ¡Mi viejo! ¡mi vieja! Aunque el que me convenció fue mi tío. Finalmente, le llegó un ascenso en la Municipalidad y ahora tiene un puesto importante, subió de golpe, y me lleva con él. Soy su sobrino preferido.
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El laburo es piola, es un trabajo administrativo, en la dirección del cementerio. Durante el invierno, parece que, sí o sí, hay que laburar todos los días. ¡En los inviernos, no hay tíos ni amigos que valgan! Pero en verano el trabajo afloja, y basta con ir tres veces por semana, tres mañanas. Y después está el trabajito extra –agregó–. Ahí hacés la diferencia, ¡me entendés!
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Pulir los bronces de las lápidas... A vos te causa gracia, pero es un negocio grosso, imaginate las lápidas que hay... las de las tumbas y las de todos los nichos. Eso se cobra por izquierda, veinte mangos por lápida. La mayoría de las viejas te encargan el laburo. Todo lo que se recauda va a un pozo común y después se reparte. En ese currito van prendidos dios y maría santísima, desde el director hasta el portero. Cuanto más alto estás en el podio, más mordés, obvio, pero todos reciben su tajada, eso es así, es ley del cementerio.
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Fiorella. De improviso aparece en la cocina una señora regordeta. "Ha de ser la Fiorella", me digo. No me equivoco. Cuarentona la asistente y rebosante de salud, el paso enérgico y la mirada desconfiada. De sorpresa entró por la puerta de servicio.
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Incluso a la asistente que viene le hago asquerosidades, y la gorda me reta. Le tengo que pagar, imaginate, yo pago por su trabajo, pero igual me reta, no me putea porque no se anima, pero la turra me grita: "Cosa fa, don Battista, non faccia schifezze!" Sólo falta que me diga: "Vecchio porco!".
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Angelino. Un amigo y compañero de la Facultad... ¡Es un actor de aquellos! Te puede estar diciendo la huevada más grande y no movérsele una pestaña.
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Se dio vuelta para pedir refuerzos. Tendrías que haberlo visto, los ojos de vaca asustada pero con una sonrisa de hiena. Don Diego lo había desarmado con su respuesta de doble filo, fue una especie de elogio venenoso. ¡Pero Angelino, figurati, él también estaba en su salsa!
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El pelado Ochoa. Portate bien, Chiquita, te conviene. Portate bien, no me hagas enojar. Mejor que Ochoa no se enoje. No me hagás enojar porque te hago saltar los mocos delante de los señores. Vení acá y firmá estos papelitos que trajo el doctor.
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Cuando descubrió que el Pelado se había llevado a la chica, cayó en la cuenta de que también había perdido el bulo. No pudo hacer nada. ¡A la mierda todo! ¡Le salió cara esa putita! Por dos años de alquiler, el Pelado se quedó con el departamento... con todos los muebles, con todas las cosas. Ochoa es así. O la gana o la empata. Él no pierde nunca.


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Roberto Signorelli
. Pero, entonces, según usted, Dostoievski se concedía licencia para decir cualquier cosa. Le daba lo mismo decir blanco que negro –fue lo que, en un momento, le espetó Signorelli.
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Yo siempre le decía a Signo –me contó la profesora–: No te expongas así, si ya lo conocés... Vos lo enfrentás con argumentos y él te responde con teatro.
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El gato. Se paseaba sobre la baranda del balcón. Iba y venía por la angosta planchuela de hierro. En un momento se detuvo y empezó a mirarme con insistencia, como si estuviese esperando una señal de mi parte. Entonces lo llamé. Gatito bajó y se vino directo hacia mí. Ronroneando, se restregó el cuerpo contra mis piernas. Le rasqué la frente, cerró los ojos y se echó al piso. "¡Ahora vas a ver, Michi Battista, te voy a someter a mi voluntad!", lo desafié en secreto, y me puse a rastrillarle el lomo con las uñas. ¡Para qué!


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José López Rega
. Acá el único que propone ideas soy yo –me dijo López–. Yo soy el que ahora da las órdenes en esta casa. Yo soy el espíritu que crea y decide. Cada día soy menos López Rega, y cada vez soy más el General. ¡Un conductor de conductores! –gritó ufano el muy cretino–. Y usted, muzhik de mierda, se me manda a mudar ahora mismo. Acá tiene el pasaje de vuelta a Buenos Aires. Afuera hay un auto que lo está esperando para ir al aeropuerto. Haga la valija, sale ya. ¡Y ojo con abrir la boca! ¡Ojito con abrir la bocota! O te llevás lo del ruso a la tumba, o el ruso te va a llevar a la tumba con él.
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Teniente Coronel Jorge Osinde. Vea, muchacho –me dijo–, en nuestra actividad, como en todo servicio secreto, la mitad del trabajo consiste en mantener cerrada la boca, y la otra mitad, en cerrarle la boca a los que se van de lengua, a los que hablan más de lo debido, ¿me entiende? Somos enemigos de la palabra, nosotros detestamos las palabras y amamos el silencio. El silencio es nuestro aliado. Mire, la cosa es simple y sencilla: si usted mantiene cerrado el buzón, no me vuelve a ver... ¡Pero si me vuelve a ver, si se va de lengua y tengo que volver...!


Personajes y fragmentos de El doble y sus copias. Novela de Martín Mazora. Ediciones Simurg, Buenos Aires 2008, 475 páginas.
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Castello di Gorizia

Frammento de Il doppio e le sue copie,
romanzo di Martín Mazora, ambientato a Gorizia,
"Passaggi, percorsi d'Arte nel Castello di Gorizia"
(mostra 12 maggio/28 ottobre 2007).


"No es otro que ese pícaro, ese usurpador de mi nombre."
F. M. DOSTOIEVSKI, El doble